Los rayos del Sol entraron por la ventana, las cortinas estaban abiertas de par en par, olvidadas en la noche, aquella triste, desolada, confusa noche. Las sabanas se le pegaron por el sudor todavía sentía el ardor en la mejilla, pero no era por la cachetada en sí, el dolor era más emocional que otra cosa.
¿Por qué?
Todo había llegado a su fin, ella lo sabía mejor que nadie, sola en la cama, un ardor creciente, sus ojos llevan la marca del llanto nocturno. Abrazó la almohada, sintió miedo por culpa de la soledad; temblaba, suspiraba, los mocos no la dejaban respirar volteó a ver el reloj, las diez de la mañana.
Ya es tarde. Consuelo continuó con su mar de lágrimas. Todo era más fácil antes. ¿En qué me equivoqué.
Ya no quería saber nada de su carrera, de su futuro, nada de él, quería regresar a la ciudad, dejar Ensenada. Amaba al mar y estudiar sus criaturas, pero estaba harta, desconsolada, incomprendida. Ya no necesitaba de él, se había dado cuenta muy tarde.
Te extraño Alonso. Me haces falta.
Abrazó con más fuerza a la almohada. Su celular hizo temblar la cama, lo tomó, era él, Francisco, Consuelo dejó que se perdiera la llamada. Sollozó sentía su cuerpo extrañamente pesado, adolorido, cansado. Mandó un mensaje desde su celular. Después lo apagó.
II
Consuelo caminaba sin rumbo, desconsolada, vacía, por la playa. El olor a sal, el calor, la arena, no parecían estar allí. Miraba al horizonte, se sentía vacía, caminó hacía el mar, se mojó los pies, el agua fría la sacó del trance. La brisa y el romper de las olas le alegraban, pero este medio día no funcionó.
Un zambullido, no estaría nada mal.
Se quitó el pareo, bajó su bolsa, se quitó las sandalias, entró en el mar, nadó unos metros hacía el horizonte. Ahí se quedó a flote, pensó en la noche anterior. Las olas bailaban con su cuerpo, pero su mente no estaba ahí. A lo lejos unas ballenas sacaron un chorro de agua al emerger del mar.
Serías muy feliz aquí Alonso. ¿Qué ha sido de ti?
Sin pensarlo y sin darse cuenta Consuelo se encontraba fuera del mar, se puso las sandalias, comenzó de nuevo con su caminar sin rumbo, observaba a los cetáceos, por ellos fue que se dedicó a estudiar biología marina. Recordó su primer día en la universidad, le parecía tan distante, tan efímero, casi irreal. Siguió con su camino, las olas le hicieron compañía a sus pies, las lágrimas regresaron a su tersa piel, descendieron, su visión se nubló, de entre la neblina acuosa una silueta familiar se le apareció. Secó sus ojos con el pareo.
- ¿Qué pasó nena? – Se oyó una voz familiar –. Vi tu mensaje.
- ¿Fer? – Preguntó Consuelo.
- Sí, ¿qué tienes? No fuiste a clases y tu celular está apagado.
- Perdón no quise alarmarte. Es que Francisco.
- ¡Otra vez! – Gritó Fernanda -. ¿Ahora qué pasó?
- Anoche él y yo peleamos.
¿Qué tiene esa tal Julieta que no tenga yo?
Se escuchó el motor del coche de Francisco, luego silencio, después los pasos firmes al subir las escaleras de edificio, la llave al entrar en la cerradura, el abrir de la puerta seguida del cierre, los pasos que daba poco a poco al acercarse al cuarto.
Que no te vea llorando. Contrólate.
Francisco abrió la puerta y entró al cuarto.
- Hiciste lo correcto – dijo Fernanda -, se que te duele Consentida.
Consentida, así me decía Alonso.
- …pero es mejor así, él no temerece, no vale la pena.
- Gracias – apenas audible dijo Consuelo.
Julieta estaba a horcajas sobre Francisco, él se acercaba de vez en cuando par besarle el pecho, jugaba con su lengua y sus pezones. Las manos de ella se apoyaron en le pecho de él, lo rasguñó cuando terminó ella. Francisco la quitó de encima suyo, la acostó boca a bajo, el sudor de ambos se unió al igual que ellos.
- ¿Por qué sigues con esa escuincla? – Preguntó Julieta -. Vente a vivir conmigo –dijo entre jadeos -, estoy segura que ella no te hace feliz como yo.
- ¿Cómo que por qué?
- Sí tú le pusiste el cuerno con Alonso, cada vez que ibas al D. F.
- Pero eso es diferente -. Contestó enojada Consuelo.
- ¿Por qué?
- Porque Pancho y yo habíamos cortado, todas esas veces.
- Ahora resulta.
- En serio.
- Pues como quieras.
- Que tú y Luis tengan una relación no monógama –Consuelo le dio un trago a su té -, no quiere decir que todo el mundo la tenga.
- Deberías de intentarlo, dejarías de sufrir por esas tonterías.
- ¿Qué tienes que ofrecer? –Preguntó Francisco -. Por que la verdad estoy muy bien con Consuelo.
- Si estuvieras bien como dices, no estarías aquí.
- Tal vez tengas razón, luego lo pensaré, pero mientras cállate y sigamos.
- Creo que regresaré al D. F. – Consuelo dijo dudativa.
- Nena aquí estás muy bien, estas apunto de terminar la carrera, trabajas en lo que más te gusta, tienes depa propio. No cambies todo porque un cabrón no te sabe valorar.
Alonso si me valoraba.
- ¿Por qué tan tarde? – Consuelo cerró el libro, sin poner el separador -. ¿Dónde estabas?
- No empieces – Francisco dijo despectivamente -, estoy muy cansado – se acostó en la cama.
¿Qué tiene Julieta?
Consuelo abrazó a Francisco y comenzó a besarlo, él la alejó.
- Ya te dije que estoy cansado, ahorita no.
- ¿Qué tiene J…? –Consuelo detuvo su frase. Julieta – Sabes que, vete, no te quiero ver. Merezco algo mejor.
- Si lo que quieres es coger, está bien, quítate la ropa.
- ¿Cómo me estas hablando? –Los ojos de Consuelo brillaron.
- ¡CARAJO! ¿Quién te entiende?
- A mi no me vas a hablar así, lárgate de mi casa.
- ¿Tú casa? – Francisco se burló -. Sin mi no tendrías esta pocilga.
- Pocilga. Pero bien que estás aquí, si fueras un verdadero hombre hubieras puesto algo de dinero.
La cara de Francisco enrojeció, su mano voló y le atinó a la cara de Consuelo.
- No vuelvas a decir que no soy un hombre, ¿entendiste?
- Lárgate – dijo Consuelo con voz apenas audible -. ¡LARGATE!
- Me vas a extrañar y me vas a pedir que vuelva, te conozco muy bien.
- Lárgate – Consuelo lloró.
Se escuchó el motor del coche de Francisco, mientras Consuelo se acostaba y lloraba amargamente en su cama.
III
La semana había sido pesada, interminable, le destrozaba, fue larga, inconclusa, satírica, eterna, deseaba soltarse a llorar, el pobre Alonso sólo pensaba en Loreta, su novia, llevaban de conocerse dos años, lo hicieron en una fiesta de un amigo de él, entre el humo del cigarro, las voces altas y la música proveniente del estéreo; sus miradas se cruzaron, desde ese momento supieron que tenían que estar juntos, bueno es cierto que exagero, solo querían pasarla esa noche, pero aún así ninguno de los dos podrá olvidar aquella tórrida velada de enero. Loreta, con su larga cabellera castaña, sus ojos de ensueño y eso labios tiernos, suaves, pero a la vez lascivos, le regalaron una fulminante y lasciva sonrisa, Alonso quedó embelesado, atrapado; de igual forma él le regaló una sonrisa, solo que esta estaba cargada de nerviosismo. Cruzaron miradas y sonrisas durante unos minutos que parecieron un par de horas, no se acercaban ninguno al otro, hasta que ella dio el primer paso. Se paró al baño, caminó al lado de él, le acarició sutilmente el hombro. Alonso sintió la suavidad de los dedos de Loreta, ella siguió avanzando al tocador, sus largas y contorneadas piernas avanzaron llevando consigo su delgado y curvilíneo cuerpo, ostentando delicadeza, porte y seguridad, esto último hizo que Alonso no pudiera detener su ímpetu, se puso en pie, dejando a sus amigos con la conversación sin escrúpulos ni sentido que mantenían. Con porte elegante y seguridad se acercó a ella. Con la misma seguridad ella lo abrazó por el cuello, él hizo lo propio pero por la cintura.
- Nunca hago esto – Loreta le dijo al oído -, no vayas a pensar que soy así. Es en serio…
De hecho era cierto, pero ese día estaba muy dolida, y necesitaba sacarse una espina, en lo personal pienso que no es la actitud que uno debe de tomar ante una faena de desamor. En fin, Loreta seguía diciendo cosas al oído de Alonso, tratando de dejar a un lado su corazón lastimado, claro que sin darle a entender a él lo que realmente pasaba, su seguridad mutó a nerviosismo, sus palabras ya no eran coherentes, Alonso la cayó con pasión, uniendo sus bocas. Ella se dejó llevar, acarició la cara de su conquista, él hábilmente introdujo su pierna derecha entre las piernas de ella. Loreta presionó con fuera y pasión a Alonso. Se dio una pausa. Ella abrió la puerta del baño, abrazó a Alonso con sus brazos y piernas. Entraron al baño.
Alonso perdió el control del coche, lo que le faltaba para que su semana pesada fuera aún peor, viernes con poco dinero en la cartera, trabajo extra que llevarse a casa, por si fuera poco ahora la llanta trasera de su auto estaba jodida. Se orilló, para cambiarla, pero claro las semanas que empiezan mal terminan peor, y eso que todavía faltaban el sábado y el fatídico domingo. El gato hidráulico, no servía, estaba atascado, para colmo de males, nadie se detenía para ayudarle. Pasó media hora, el cielo que brillaba hace unos minutos ennegreció, una tromba cayó sobre su cabeza y cuando parecía que la situación no podía empeorar, un coche golpeó al suyo. La frase: “Hoy no tenía que levantarme de cama”, era la más adecuada para resumir su día. Después de horas de pelearse con los seguros, llegaron a un acuerdo. Para la mitad de la pelea, Loreta ya había llegado al lugar del accidente. El destrozado auto de Alonso, fue remolcado por una grúa. Alonso y Loreta llegaron a casa de él, pero antes pasaron por comida rápida. Comieron en la cama mientras veían películas.
- Lo único bueno que he tenido en la semana – interrumpiendo el dialogo de Jack Nicholson en su papel de Melvin Udall, un obsesivo, compulsivo, con una boca tan vil que podría hacer llorar hasta a los más altaneros piratas, Alonso logró auricular -, como todas desde que te conocí, eres tú – abrazó a Loreta y la besó.
- Tengo una duda – prosiguió ella interrumpiendo a Helen Hunt, en su papel de Carol Conelly, la mesera -. ¿Por qué la noche de la fiesta te detuviste?
- ¿Quieres la verdad? Tuve miedo.
- ¿Miedo? ¿A qué?
- A ser solo un juego. Y creo que fue lo mejor. Digo estas a mi lado.
- Sí – afirmó ella -, desafortunadamente.
- ¡Qué bobita eres!
Se fundieron en un beso mágico, las caricias de Alonso se metieron por debajo de la blusa de Loreta, sus manos recorrieron su espalda como lenta y constante marea de lago, Loreta se recostó mientras lo abrazaba para no separase de él. Alonso comenzó a besarle el cuello, sus manos ya habían desabrochado cada botón blanco de la blusa de su mujer. Ella se soltó el cabello, sabía que a su amado le encantaba verla así, un espontaneo y travieso rizo se acomodó en su frente, Alonso la miró encantado, sin habla. Ella intentó acomodar a aquel rizo rebelde y juguetón, pero él la detuvo, la besó, la miró a los ojos, esa mirada lo dijo todo, el amor entre ellos era total, Alonso siguió besando el cuello de ella. La boca de él siguió en su viaje hacia las tierras elevadas del sur, Alonso las conquistó con firmeza y a la vez delicadeza, las liberó, la respiración de ella era entre cortada. Las tierras salvajes despertaron, el acarició, jugó, besó, lamió y mordió, pequeñas exhalaciones salieron de la boca de ella. Después de conquistar esas tierras, Alonso siguió su camino al sur. Se encontró con el hermoso abdomen de su amada, la lengua de él recorrió cada poro abdominal. Sus manos regresaron a las tierras salvajes, a seguir jugando. Alonso siguió su camino al sur, empezó a besar las contorneadas y largas piernas de su amada Loreta, las manos de él se metieron por debajo de la falda, hicieron a un lado las pantis de ella, para poder acariciar las agraciadas, Loreta se movía en todas direcciones, Alonso quitó de su camino esas pantis rosadas que no le dejaban degustar a su amada. Ella explotó.
Alonso salió del baño, con muchas ganas, pero se contuvo. Regresó con sus amigos que lo vieron entrar al baño con Loreta. Se le quedaron viendo con miradas curiosas, preguntonas, indagadoras. Uno de ellos volteó a ver su reloj.
- ¡No mames cabrón! –. Gritó Pablo, quien realizó la fiesta – ¿Sólo dos minutos? Estás en el hoyo.
- No pasó nada – agregó Alonso.
- Bueno – continuó Héctor-, ¿eres puto o no puedes olvidar todavía a la pendeja?
- Héctor no te expreses así de ella.
- Como no me voy a expresar así, si te cambió por ese ruco.
Por su parte Loreta regresó con sus amigas. Platicas equivalentes mantuvieron ellas. Dieron las siete de la mañana, ellas emprendieron la graciosa huída. Loreta se quedó en casa de su amiga Paola, ya acostadas en la cama, Paola no pudo aguantar las ganas de burlarse de la mala suerte de su amiga.
- Entonces, ¿Alonso te dejó más caliente que un escape de formula uno?
- ¡Calla!
- ¡Ay! – Paola rió y continuó – sí te dejó con ganas.
- Para mí que es closetero.
- Pues…
- ¿Pues? ¿Qué quieres decir estúpida? – Preguntó Loreta -. ¿Por qué lo proteges tanto?
- No es que lo proteja, lo que pasa, es que es muy extraño.
- ¿Rarito?
- No – negó de inmediato Paola-, más bien… raro de no saber como definirlo.
- Creo que te gusta…
- No – dijo secamente Paola mientras interrumpía –, es que hay veces que parece que está chapado a la antigua, pero hay veces que es muy libertino, bueno el marques de Sade se queda corto con sus escritos.
- Ahora si no entendí.
- ¡Pendeja! Hay veces que se mete con todas las que puede, pero hay momentos en que pues hace lo que hizo hoy.
- ¿Y tuvo que ser hoy el niño bueno?
- No tuviste suerte – respondió Paola-, digo no te tocó ser la mujer de hoy, o mujeres, como la vez que el muy cabrón se tiro a tres al mismo tiempo.
- ¿A tres?
- Sí.
- ¿Eso cómo estuvo? – preguntó Loreta -. ¿Cómo sabes?
- Digamos que el niño está bien dotado, y pues… nos convenció
- ¿Nos convenció?
- A Erika, Nancy y a mí.
- Está grueso el tipín.
- Sí, está muy cabrón – prosiguió Paola -, las tres ya no podíamos más y este sujeto todavía tenía energía.
- ¿Sabes? No te creo, creo que inventas esto para hacerme enojar de que no me cojió.
- Es la primera y única vez que me he besado con una mujer –afirmó Paola -, bueno a dos. Creo que no lo volvería a hacer. Así que ni se te ocurra intentarlo, ya sé que estas muy caliente y yo estoy bien buena, pero no va a pasar. Pero si quieres te puedo ayudar para que te lo cojas y así te quitas la espina, está bien las espinas.
- Sino quiso hoy, no será nunca.
- Nunca digas de esa agua no he de beber.
Alonso volvió a besar a su mujer. Loreta, lo abrazó con fuerza hacia ella. Con voz entrecortada logró pronunciar: “hazme tuya”. Él no se hizo del rogar, retiró con delicadeza sus dedos, mientras la besó con pasión, mordió con delicadeza el cuello de ella, se adentró lentamente, las sabanas de la cama estaban bañadas en sudor, las uñas se clavaron en la espalda de su amado, quien envistió con un poco de violencia, ella gritó, le encantó, lo rasguñó pidiendo mudamente más, Alonso complació la petición de las garras de Loreta. Él la cargó, la llevó a la pared, no dejaba de bailar dentro de ella. Él la amaba sobre todas las cosas, le había perdonado muchas cosas, nunca se las reclamó, de hecho ella nunca se las dijo, pero él lo sabía. La recostó en el piso, gemidos de placer provenientes de la boca de ella que hicieron que Alonso aumentara la velocidad y fuerza. Ambos estallaron en un frenesí de amor. Pasaron un par de horas, Loreta se quedó dormida, Alonso por su parte se puso a trabajar en su computadora, le gustaba abrir el “Messenger” para que le acompañara alguien mientras se ocupaba de sus obligaciones laborales. Abrió el programa de música, pulso el icono de tocar, aleatoriamente comenzó a sonar la canción “Somebody told me” de The Killers, no era uno de sus grupos favoritos, pero comenzó a escucharlos gracias a Loreta. Mientras Alonso trabajaba, se conectó, Consuelo, la primera mujer a la que realmente amó. La chispa seguía encendida, ella se había ido a vivir a Ensenada, allá en la lejana Baja California Sur, a estudiar biología marina, ahí conoció a Francisco, que era diez años mayor que ella. Alonso y consuelo intercambiaron escritos instantáneos. Él le propuso que se vieran para comer los tres, Loreta, Consuelo y él.
Alonso terminó de trabajar, se recostó al lado de Loreta, abrazó el cuerpo desnudo, la besó en la frente, para no despertarla. El amor que sentía por Consuelo todavía pesaba, y los encuentros casuales con ella, antes de conocer a Loreta, seguían tatuados invisiblemente en su piel, algo con lo que viviría por el resto de su vida. Era cierto que estaba muy feliz, pleno y enamorado de Loreta, pero las cenizas de aquella fogata veraniega entre Consuelo y él, siempre estarían ahí, guardadas en aquel bosque de los amores perdidos, aquel siniestro lugar del que muy pocos regresan, muy pocos de ellos sobreviven ese regreso, y otros tienen que regresar al bosque derrotados, tristes, agonizando y pidiendo un poco de caridad de amor.